Ataque a la democracia de Brasil

FILE - Protesters, supporters of Brazil's former President Jair Bolsonaro, storm the National Congress building in Brasilia, Brazil, Sunday, Jan. 8, 2023. (AP Photo/Eraldo Peres, File)

La asonada insurrecta por parte de partidarios del expresidente Bolsonaro, que abre una serie de dudas sobre las responsabilidades frente a lo sucedido, ilustra los riesgos de la polarización y el descrédito institucional.



La asonada a los edificios del Congreso, el Tribunal Supremo y la Presidencia por parte de miles de partidarios del expresidente Jair Bolsonaro el domingo pasado han constituido ciertamente los hechos más graves que ha vivido el país desde que la democracia logró recuperarse en 1985. A lo largo de estas décadas el país ha atravesado por una serie de crisis políticas, pero las escenas de hordas asaltando las principales instituciones de la democracia, bajo el convencimiento de que la derrota de Bolsonaro fue un fraude y que ello amerita la intervención de las Fuerzas Armadas, constituyen un golpe directo a la democracia del país.

A pesar de las escenas de caos y destrucción, fue una señal de alivio que la asonada lograra ser controlada al cabo de algunas horas por las fuerzas de orden -no sin antes decretarse que el control de la policía en el estado de Sao Paulo pasara a manos federales-, y que todos los poderes del Estado manifestaran su repudio por lo sucedido, alineándose con el orden constitucional.

Una vez superada la primera parte de la emergencia, debe despejarse a la brevedad quiénes estuvieron detrás de la organización -pues hubo toda una logística en el traslado de los manifestantes- así como las denuncias de que sectores de las fuerzas armadas podrían haber estado en connivencia con los complotadores, un aspecto que podría abrir insospechadas repercusiones de confirmarse cierto. También deberá clarificarse por qué una serie de autoridades clave no prestaron atención a las señales emitidas por parte de los servicios de inteligencia, que venían alertando de que algo así podrían ocurrir.

Las últimas elecciones presidenciales fueron elocuentes en mostrar lo profundamente dividido que se encuentra Brasil. El expresidente Bolsonaro -quien hasta la fecha no ha reconocido el triunfo de Lula, y apenas tuvo palabras de tibia condena ante lo sucedido el domingo- fue derrotado en segunda vuelta por Luiz Inácio Lula da Silva por un margen de apenas dos puntos, en lo que han sido los comicios más estrechos de la historia brasileña. Era evidente que el nuevo mandato del Presidente Lula sería particularmente complejo, y dichos temores se han visto confirmados. Aunque estos hechos eventualmente pueden fortalecer la imagen de Lula, queda claro que la tarea fundamental de su gestión será abocarse a superar las divisiones y buscar espacios de encuentro.

La crisis de Brasil debe resultar aleccionadora para toda la región en cuanto a las consecuencias que se pueden derivar cuando las sociedades se fracturan y el sistema político comienza a caer en el descrédito. La existencia de grupos insurrectos que pretenden desconocer los procesos electorales y socavar las instituciones encuentran terreno fértil precisamente en ambientes así de polarizados. La asonada en la Plaza de los Tres Poderes recuerda la toma del Capitolio en Washington por parte de partidarios del expresidente Donald Trump en enero de 2021 -quienes también alegaban fraude electoral-, lo que recuerda que hasta las democracias más desarrolladas se pueden ver expuestas a amenazas de esta naturaleza.

Tras estos hechos, el cuidado de las instituciones y el fortalecimiento de la democracia cobra especial relevancia, sobre todo en América Latina, donde en varios países se ha instalado el autoritarismo o dictaduras, y el apego a la democracia encuentra un respaldo de solo 49%, de acuerdo con el último informe de Latinobarómetro.

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